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A la gente no le gusta lo que no entiende o desconoce. Le da miedo y lo rechaza. Las personas con autismo ven y perciben el mundo de manera diferente, pero no dejan de ser personas que sienten y desean integrarse en nuestra sociedad. Vamos a crear conciencia sobre el autismo y trabajemos juntos para que la sociedad se relacione sin prejuicios con este colectivo.

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Algo anda mal

Muchos me preguntaban cómo me di cuenta que algo sucedía con mi hijo. Quizás hubo señales, pero en su momento nadie de la familia lo notamos. 

Lo relevante sucedió a los 14 meses. El desarrollo del habla comenzó a pararse. Con 3 años no se le entendía las palabras que emitía, no solía decir frases cortas y en lugar de hablar se limitaba a señalar.

En lugar de caminar, corría de puntitas. 

Lo que más me preocupaba era que cuando cogía un juguete, se aislaba. 

Aunque lo llamara por su nombre, él no respondía y los juguetes siempre los alineaba. 

No se relacionaba con otros niños, no miraba a los ojos. Comenzaron las citas a especialistas.

Todos coincidían que había que esperar porque era muy pequeño. Pero yo insistía porque veía en él algunas características del autismo.

En los siguientes 2 años, aumentaron las conductas disruptivas; no probaba nuevos alimentos; seguía sin relacionarse con sus iguales; no atendía las instrucciones de los adultos; no soportaba los sonidos altos, ni estímulos visuales o texturas.

La frustración y las pataletas comenzaron a aparecer. No había forma de calmarlo, siempre iban en aumento. Llegaron a durar entre 45 y 60 minutos.

Desesperada cambié de pediatra. Lo derivaron al servicio de logopedia, psiquiatría y neurología.

Se me recomendó que mi peque pasara mucho tiempo con sus iguales.

Comenzó tratamiento logopédico e iniciaron los exámenes y analíticas. 

Finalmente sabría qué era lo que le estaba sucediendo a mi hijo.